La literatura, la poesía, no fue (¿no es?) un campo acogedor y propicio para la mujer. Obviamente, el título no es una pretensión de parte. Tampoco un destino fatal e inalterable. Se trata de un diagnóstico acerca de una situación histórica y el...
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La literatura, la poesía, no fue (¿no es?) un campo acogedor y propicio para la mujer. Obviamente, el título no es una pretensión de parte. Tampoco un destino fatal e inalterable. Se trata de un diagnóstico acerca de una situación histórica y el modelo discursivo que la caracteriza en el plano de la poesía. Esta constatación no ha obedecido a una reflexión premeditada. Más bien se ofrece como un resultado que se impone como evidencia a la luz de los estudios (y de las lecturas) realizados en un par de décadas de investigación sobre las practicas poéticas en la edad moderna hispánica, en particular a partir de la perspectiva que se impuso con el acercamiento, en un proyecto colectivo, a lo que en este campo sucedió en un siglo hasta hace muy poco prácticamente desatendido por la crítica, los años que median entre la muerte de Quevedo y la de Eugenio Gerardo Lobo, entre lo que se entendía como el momento de clausura de un período áureo y lo que se situaba en los albores de la Ilustración. De mediados del siglo XVII al ecuador del siguiente se pueden detectar, sin embargo, interesantes fenómenos poéticos, que, de un lado, apuntan a elementos de modernidad estética y, de otro, obligan a una revisión de sus relaciones con la etapa precedente